Los movimientos sociales que se dan en gran parte del mundo
durante el siglo XIX fueron, el movimiento obrero, conocido así por las
acciones que llevaron a cabo los obreros para defenderse de las
agresiones que sufrieron por parte de los dueños de las empresas y de
los gobiernos.
La Revolución Industrial y las ideas liberales condujeron a la
explotación de los obreros por la burguesía. Ello se debe a que para
producir barato y en grandes cantidades, se pagan bajos salarios; se
obliga a trabajar largas jornadas de trabajo (superiores a las 10 horas)
y en muy malas condiciones de
seguridad, y además se emplean
preferentemente a niños, así como a mujeres, porque sus salarios eran
inferiores a los de los hombres adultos.
La situación llega a
tales extremos que personas burguesas notables de aquella sociedad,
protestan y piden que se resuelva el problema. Y es así como se originan
movimientos masivos, con dos objetivos bien definidos: la abolición de
las clases sociales y la distribución justa de la riqueza, aboliendo la
propiedad privada.
Más tarde surge el Socialismo Científico; más práctico y más
sistemático que el utópico, que tiene su principal representante en
Carlos Marx.
El socialismo marxista no se presenta como una doctrina ideal de
justicia, sino como el resultado fatal de la evolución económica de la
humanidad. Es bosquejado en el “Manifiesto del Partido Comunista”
publicado por Marx y Engels en 1848, y expuesto con singular erudición,
por el propio Marx en “El Capital” en 1867.
El capitalismo, según Marx, debe desaparecer, porque resulta de
una indebida apropiación, por los burgueses, del fruto del trabajo de
los obreros, quienes solo perciben como salario, una pequeña parte de lo
que producen. Los capitalistas, que por sí solos no producen nada, se
quedan, sin embargo
con la mayor parte del valor de aquella
producción, y así constituyen el capital, que luego les asegura la
primacía social y económica.
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